viernes, 8 de abril de 2016

ENTREVISTA CON NATASHA MYERS

Profesora del departamento de antropología de la Universidad de York y autora de Rendering Life Molecular: Models, Modelers, and excitable Matter, una etnografía sobre un grupo interdisciplinar de científicos que investiga sobre estructuras proteínicas.

ANDRÉS LOMEÑA: Su interlocutor Edward y usted distinguen entre cristalógrafos y biólogos moleculares. Los cristalógrafos piensan en las estructuras moleculares como entidades vivas más que como cuerpos rígidos. Usted se ha adiestrado, no obstante, como bióloga molecular. ¿Cómo se interesó en el mundo de la “representación” de las estructuras más que en el de la manipulación genética? ¿Por qué estudió las proteínas y no cualquier otra biomolécula?
NATASHA MYERS: Para empezar, me gustaría señalar que los reinos de la “manipulación” y de la “representación” convergen y es difícil desenredarlos en campos como la genética y la biología molecular, así que no veo los dominios de la “representación” y la “manipulación” como ámbitos verdaderamente distintos.
En realidad, lo que me fascina sobre el modelado de estructuras proteínicas es que añade una dimensión más profunda a nuestras historias “genocéntricas” de la vida celular; esto es, nos mueve de una obsesión unidimensional de la secuencia genética a modelos tridimensionales y animaciones tetradimensionales que reproducen de forma visible lo que me gusta llamar las “prácticas moleculares de las células”. Es evidente que hay otras biomoléculas en la célula: lípidos, azúcares, aminoácidos, ácidos ribonucleicos, etcétera. La novedad que documenta mi libro es el giro en la atención que ha habido en el siglo XXI de unas secuencias genéticas unidimensionales a modelos multidimensionales de moléculas proteicas. Esto es lo que algunos llaman un cambio de la “genómica” a la “proteómica”. Los códigos genéticos son insuficientes para predecir la forma activa de las proteínas, y por ese motivo, cada estructura proteica tiene que determinarse a mano y no con un programa de ordenador automatizado.
Rendering Life Molecular refleja los increíbles esfuerzos de los cristalógrafos de proteínas por hacer visible lo que de otro modo sería un reino imperceptible de movimientos y formas moleculares. Entiendo sus esfuerzos como parte de una práctica para “coagular” las historias que los científicos cuentan sobre “cómo las células conforman la vida”.

A.L.: Me encanta la portada del libro. Es una imagen de La vida interior de la célula. En Internet circula un GIF animado muy similar que muestra la “apariencia” de la felicidad. Me temo que es un error o una falsificación. La representación de los datos es fundamental, pero también puede ser engañosa porque esas visualizaciones pueden servir como un mero atajo para el conocimiento.
N.M.: Esta es una pregunta interesante que trato de resolver. En cierto modo, el libro sostiene que la pregunta que haces no es la pregunta correcta. De hecho, la única diferencia real entre esas dos animaciones es la forma en que se han “relatado”. Es decir, en la animación original hecha para los estudiantes universitarios de Harvard por IN VIVO Studios y desarrollada por David Bolinsky y otros, vemos un conjunto de moléculas empujando una gran estructura detrás de ellas. El narrador no identifica “la carga” transportada por las “proteínas motoras”; para nombrarlas simplemente usa el vago término de “vesículas unidas a la membrana”. La segunda versión a la que te refieres (su origen no está claro, pero parece que lo pudo crear el mismo estudio) coge la misma animación y básicamente bautiza la “vesícula unida a la membrana”, identificándola (correctamente o no) como una “bola de endorfinas”. Ahora las proteínas motoras se representan de tal manera que se ven como transportadoras de las moléculas que supuestamente nos proporcionan “felicidad”.
Tu pregunta es totalmente pertinente porque muestra el controvertido problema con el que se enfrenta el libro, a saber, que importa el modo de explicar el reino molecular y que las historias que contamos pueden cambiar. Historias diferentes producen efectos y significados diferentes. De hecho, conjuran mundos muy distintos. Como antropóloga me interesan las historias que encontramos descollantes, seductoras y significativas, así como las historias que no se han contado. Esta historia sobre la “felicidad molecular” me interesa por el modo en que atrae a las personas y cómo estas hacen circular ampliamente esta visualización.
Hay que tener presente que una animación como esta no es una “representación” directa de lo que hay en la célula, como si hubiera un microscopio y una poderosa cámara de vídeo capaz de ver esos movimientos. El argumento del libro es que todas esas imágenes son “representaciones” y que la creatividad de los científicos, sus intuiciones y su destreza con el lenguaje, las metáforas y la historia son lo que da significado a sus modelos y animaciones. En este sentido, ninguno es un error ni una falsificación, ya que todos los modelos y animaciones con los que trabajan están “construidos”. En varios capítulos del libro se observa que las prácticas de visualización en las ciencias de la vida implican creatividad por parte del científico y que quienes intentan negar la participación del científico en el modelado activo de lo que nosotros terminamos aceptando como un hecho, están cegándose a lo que en realidad pasa en los laboratorios científicos.

A.L.: Mi formación es literaria y sociológica, así que no me asustan sus palabras, pero me pregunto cuál habrá sido la reacción de la comunidad científica después de haber leído su libro. ¿Tiene miedo ante posibles ataques de científicos positivistas? La pueden tomar por una relativista e incluso por una animista de la peor clase.
N.M.: ¡Ay! He aprendido que el miedo no es un gran lugar en el que estar, máxime cuando se trata de la escritura. Nunca escribiríamos nada si tuviéramos miedo a molestar a nuestros lectores. Aunque espero que los científicos lean el libro, este ensayo está dirigido principalmente a académicos del campo de los estudios sobre la ciencia y la tecnología (STS en inglés), la historia y la antropología de la ciencia y la tecnología, y a aquellos que estén interesados por la materialidad, la objetividad y la cultura visual. Quiero que sea entretenido para los científicos, y también que sea útil a la hora de pensar sobre la pedagogía y la visualización en sus respectivos campos, pero también tengo la responsabilidad de conectar con los conceptos que desarrollan los académicos y estudiantes con quienes converso.
Los científicos pueden disfrutar el libro porque es un estudio que celebra sus esfuerzos por hacer emerger un reino tangible y maleable. El libro agradece a los científicos que hayan enseñado a antropólogos, historiadores y demás académicos nuevas ideas sobre la objetividad y la materialidad. Un aspecto importante de Rendering Life Molecular es que escucha con atención todas las formas que usan los científicos para hablar y pensar sobre las moléculas. Parte de lo que piensan, dicen y hacen sigue las pautas convencionales de la lógica mecanicista que domina las ciencias de la vida en la actualidad. En otras ocasiones, los científicos describen sus moléculas como cuerpos vívidos y astutos. He registrado tanto las historias de los científicos que cumplen el guion como aquellas que exceden las formas convencionales para mostrar que el neodarwinismo no es la lógica hegemónica; esa forma de pensar y hablar no es el único mecanismo que tienen los científicos para contar historias sobre el reino molecular. Amplifico los registros que de otro modo quedarían silenciados y vemos que los modeladores de proteínas cuentan historias sobre moléculas que desmienten la idea de un reino de la vida totalmente congelado por la mirada científica.
Los investigadores prefieren que los estudiantes o el público no oigan estas historias, pero aunque a veces sean negadas o reprobadas, están entre las que se cuentan. Mi trabajo como antropóloga consiste en documentarlo todo y dar sentido a la manera en que los científicos dicen y hacen más de lo que pueden querer decir o hacer. En este sentido, me interesa ayudar a un público más amplio a ver lo que los científicos siempre han sabido: que la práctica científica es muy distinta a lo que habíamos pensado durante mucho tiempo.

A.L.: Me sorprendió el caso de la trombina (una enzima que se forma como parte del proceso de coagulación de la sangre). Hallaron dos estructuras cristalinas diferentes para la trombina y ambas eran correctas. Esto es chocante para una mente positivista.
N.M.: No estoy de acuerdo con que esos hallazgos sean impactantes para las mentes positivistas. De hecho, si reconsideramos la “objetividad” como una práctica que intenta conservar su valor de “verdad” respecto a las formas que adoptan los objetos en sus diferentes entornos, entonces los esfuerzos por sintonizar más cuidadosamente con las múltiples formas que adquieren las moléculas en las células hacen que esos científicos sean incluso más “objetivos”. Muchos científicos con los que he trabajado reconocen que apoyándose en una tecnología de visualización estática como la cristalografía de proteínas (que modela una estructura molecular simple promediando las diversas formas que una molécula adopta dentro de un cristal dado) solamente te dará una “instantánea” de lo que todos reconocen como un objeto dinámico.
La historia sobre la publicación simultánea de dos estructuras cristalográficas distintas de la misma molécula (la trombina) ha proporcionado un buen ejemplo a los investigadores. Los dos modelos se aceptan como “correctos”. Uniendo ambos modelos, y pensando en que cada modelo podría ser una de las muchas expresiones de un ensamblaje molecular, los investigadores pueden afirmar que el modelado molecular requiere una tecnología de visualización dinámica que mantenga el ritmo del rápido despliegue y repliegue de las formas proteicas que están en curso en una célula en cualquier momento.

A.L.: Su libro rechaza el llamado dogma central de la biología molecular (la unidireccionalidad en la transmisión de la información contenida en los genes de una célula) y esa posición ha de tener consecuencias para el determinismo y el neodarwinismo.
N.M.: Una de las ideas subyacentes del libro es la manera en que la biología estructural y los modeladores de proteínas han articulado una crítica a los modelos genocéntricos, en concreto al pensamiento neodarwinista que ha entronizado a los genes como los principales actores en todas las historias sobre la vida. Lo que aprendí de las historias que me contaron los modeladores de proteínas es que el dogma central fracasa precisamente porque la estructura activa de las proteínas no puede ser directamente predicha por el ADN.
El dogma central, que establece que la información en la célula se mueve del ADN al ARN y a la proteína, implica que los genes controlan todo el proceso de la vida. Esta “información” no se transmite directamente. Las proteínas se pliegan de maneras impredecibles. Las historias que me cuentan sugieren que las proteínas “saben cómo plegarse”, que tienen como una especie de astuta capacidad de acción, una vida que desafía la lógica mecanicista en la que el neodarwinismo hunde sus raíces. He desarrollado algunos de estos pensamientos tanto en el libro como en un artículo sobre Darwin y la ecología evolucionista, que se encuadra dentro de mi nueva investigación sobre la sensibilidad de las plantas. Los lectores que tengan curiosidad pueden leer el texto que coescribí con la historiadora Carla Hustak aquí:
https://www.academia.edu/2392196/Involutionary_Momentum_Affective_Ecologies_and_the_Sciences_of_Plant_Insect_Encounters_with_Carla_Hustak

A.L.: Alguien debería adentrarse en la física teórica para representar el zoo de las partículas. Parece el siguiente paso para avanzar en la antropología de las ciencias duras. Ya que ha comentado su trabajo sobre la sensibilidad de las plantas, ¿qué nos puede decir sobre él?
N.M.: Un zoo molecular sería una gran idea para un proyecto artístico. En cierto modo, veo el Banco de Datos de Proteínas como una especie de zoo, una colección de una gran cantidad de formas y estructuras moleculares.
Mi nuevo trabajo trata sobre la sensibilidad y la ecología de las plantas. He estado pensando en la sensibilidad de las plantas y en su “sintiencia” durante veinte años. Me enamoré de las plantas a finales de los noventa, cuando estaba aprendiendo como botánica; a través de mi trabajo como artista experimenté con la danza para acercarme a sus movimientos, gestos y acciones. Ahora que trabajo como antropóloga, me interesa lo que científicos como Stefano Mancuso (y muchos otros en el campo del comportamiento vegetal) piensan sobre las sensaciones de las plantas, cómo llevan a cabo experimentos y cómo hablan sobre sus descubrimientos. También estoy trabajando con artistas que están interesados en implementar conceptos científicos sobre la sensibilidad de las plantas en sus instalaciones. Los artistas son especialmente interesantes porque sus historias no están tan constreñidas por la lógica mecanicista como en el caso de los científicos. Mi nueva investigación sobre este asunto puede encontrarse en el artículo Conversations on Plant Sensing: Notes from the Field, que documenta los desafíos de encontrar un lenguaje compartido para hablar sobre el fenómeno de las señales, sensaciones y sintiencia de las plantas:
https://www.academia.edu/16543355/Conversations_on_Plant_Sensing_Notes_from_the_field
Este verano espero escribir el primer borrador de un libro sobre cómo los botánicos y los artistas de plantas armonizan con el rico reino sensorial de la vida vegetal. Más allá de eso, estoy trabajando en un proyecto a largo plazo sobre la ecología de las plantas. Trato de encontrar métodos antropológicos para establecer una conversación con la ecología y el arte. Estoy trabajando con un viejo roble negro que crece en la sabana de un placentero parque de Toronto de cuatrocientos acres conocido como High Park. Colaboro con conservacionistas, naturalistas, artistas y entusiastas de la naturaleza en general, para aprender cómo contar historias ancestrales del encuentro “naturcultural” que ha tomado forma en este lugar a través de asociaciones íntimas milenarias entre las plantas y las personas. Me interesa documentar las “ecologías afectivas” que toman forma entre las criaturas que viven allí, incluyendo a las personas que activamente cuidan la tierra y se preocupan por su futuro.
También me interesa saber qué pueden enseñarnos las plantas sobre cómo vivir bien en este planeta. He acuñado el término “plantoceno” como un antídoto al concepto antropocéntrico del antropoceno, con la esperanza de que podamos aspirar a salir de las relaciones extractivas y de explotación con la naturaleza que están acelerando rápidamente nuestro declive. El plantoceno aspira a una era en la que las personas aprendan de una vez por todas a colaborar con las plantas. Puedes echar un vistazo a mi nuevo artículo, que considera la fotosíntesis como una palabra clave que todos deberíamos aprender cuando intentemos luchar contra el futuro apocalíptico que nos promete el pensamiento del antropoceno: http://www.culanth.org/fieldsights/790-photosynthesis

8 de abril de 2016
Andrés Lomeña