lunes, 6 de agosto de 2012

ENTREVISTA CON GREGORY WOODS

Recupero esta entrevista que hice en abril de 2007.

GREGORY WOODS Y LA HISTORIA DE LA LITERATURA GAY.

ANDRÉS LOMEÑA: Su ensayo “Historia de la literatura gay” muestra un interesante recorrido a través de la literatura homosexual masculina. Desde Catulo, Virgilio u Horacio hasta Marcel Proust, tenemos toda una tradición gay oprimida, oculta. Imagino que su trabajo ha sido polémico, aun cuando completa un gran vacío en los estudios literarios. ¿Qué otras lagunas perviven?
GREGORY WOODS: Un canon es exclusivo por definición, por eso son útiles, pero éstos nunca son irreprochables ni estáticos. Si detectamos vacíos, ¿cómo deberíamos solventarlos? ¿Social o estéticamente? ¿Necesitamos la literatura que promueve una sociedad igualitaria, o libros magníficos? (Algunos libros, aunque son pocos, pueden ejecutar estas dos funciones). La gente tiende a quejarse de los cánones como si éstos estuvieran imponiendo demandas imposibles sobre los lectores, mientras que, en realidad, siendo rigurosamente selectivos, éstos ayudan al lector a evitar libros que pueden suponer una pérdida de tiempo. En este sentido el canon es generoso y comprensivo, más que punitivo, para el lector que no lo ha leído todo.

AL: Un nuevo canon puede redefinir nuestras concepciones sobre autores y obras maestras. Por ejemplo, el canon feminista introduce nuevas escritoras. Sin embargo, cuando nosotros construimos un canon feminista, estamos aceptando implícitamente el canon occidental. ¿No sería más pertinente reintroducir los discursos minoritarios, como los estudios gay y lésbicos, dentro de un canon universal?
GW: La minoría más pequeña es la del lector individual. No tengo ninguna objeción contra la existencia de los grandes libros del canon occidental, mientras se enseñe que el canon siempre sirve intereses particulares en la sociedad, y siempre omite otros. El canon debe complementarse con otras alternativas. Puede ser que cada lector necesite varios cánones, secuencial o simultáneamente: uno estético, uno social, uno tradicional, uno experimental... Quizás ahora más que nunca, cuando los libros están bajo la amenaza de las culturas visuales, el principal uso del canon sea alentar una
lectura selectiva e inteligente. Esto puede ser conservador o radical; pero es más probable que sea lo último, dado que la verdadera inteligencia siempre busca cambiar las cosas para mejor.

AL: Usted es explícito declarando su condición homosexual. Pienso que esta propuesta es honesta cuando la veo espléndidamente reflejada en la poesía de Adrienne Rich. Por otra parte, a veces se me antoja como un requisito (¿Debería yo presentarme como lector heterosexual?). Tengo la sensación de que siempre marcamos a las personas en función de su condición sexual o económica, por mucho que nos cueste reconocerlo. Los propios estudiosos son incapaces de explicar el pensamiento de Michel Foucault dejando a un lado su homosexualidad. ¿Ese impulso de transparencia es estrictamente necesario para establecer un diálogo sincero y así deshacernos de los prejuicios?
GW: No puede haber reglas fijas en este tipo de situaciones. En el momento actual de la lucha, podemos ver que la visibilidad de lesbianas y gays ha sido políticamente útil. Sin embargo, esto también ha tenido sus víctimas: aquellos que fueron homosexuales representativos en el ojo público. No deberíamos ser propaganda para nosotros mismos: hoy quiero ser invisible, mañana quiero enseñar mi homosexualidad a la ciudadanía. Hoy quiero ser célibe, mañana quiero tener una vulgar
promiscuidad. Como Walt Whitman dijo: “Soy amplio, contengo multitudes”.

AL: La teoría Queer o el Manifiesto Cyborg de Donna Haraway hablan sobre la abolición
de los binomios (Masculino/femenino, etcétera). ¿Qué significa esto en un contexto real y cómo podemos vivir superando nuestras barreras culturales y biológicas?

GW: La principal ruta hacia la ruptura de este crudo sistema es el trato de los seres humanos como individuos más que como tipos. Es más fácil de decir que de hacer, pero por culpa de las categorías imperaba la castidad y la obediencia en un código moral previo. Esto implica dedicación y generosidad, una apertura hacia la diferencia.

AL: El matrimonio homosexual es una realidad en España, así como la adopción. ¿Qué
logro está todavía por llegar?

GW: Nunca pensé que el matrimonio gay fuera una institución deseable; tampoco pienso que merezca la pena combatir por el derecho a entrar en el ejército. Pero si uno cree en los principios de igualdad y libertad de expresión debe aceptar, aun con reservas, que hay desarrollos positivos. Más importante, en cambio, es el desarrollo de una educación sexual racional en las escuelas, sin olvidar el apoyo y cuidado a gays y lesbianas. También sería deseable un reconocimiento general del amor romántico
como un producto sujeto a las fuerzas históricas; ser soltero no es algo tan malo como frecuentemente nos cuentan.

AL: ¿Qué opinas de la función del erotismo en nuestra sociedad?
GW: El erotismo es a la mente lo que el sexo al cuerpo. Su función es, como en la vinicultura y la haute cuisine, la generación de placer y beneficios para sus explotadores. Los que recibimos una educación católica sabemos mucho sobre la veneración de los iconos; los chicos de mi revista porno favorita son fuentes de gran goce y consuelo. Me recuerdan no sólo que la carne es algo bonito, sino esencial. Los placeres compensan los dolores. Su juventud compensa un poco la moralidad.

AL: Hay madres que educan como padres y padres que lo hacen como madres. ¿Son los
roles familiares otra construcción cultural más y dónde están los límites de género?

GW: Si, como Judith Butler cree, el género es performativo, no hay razón para pensar en sus límites más que como una presión ejercida por la sociedad. Nuestro nuevo entendimiento del género nos abre a posibilidades ilimitadas si podemos tan sólo parar el adoctrinamiento de padres y escuelas hacia las estrechas celdas de los roles tradicionales. ¡Imagina un patio de recreo en el cual hubiera tantos
géneros como individuos!

AL: Como lectores, ¿Cuál es el beneficio de leer la novela Billy Budd y otras obras como una historia homosexual?
GW: Cada era, cada cultura, lee libros de una forma distinta, incluso si tienen conocimiento de lecturas previas. Yo no soy evangelista, no considero que la lectura gay revele alguna verdad en los textos clásicos más auténtica que cualquier lectura previa o posterior a ésta. Uno de los beneficios es el libro en sí mismo, al que se le otorgan nuevos niveles de lectura. La homosexualidad de los textos clásicos siempre me recuerda al cuento de Borges de Pierre Menard, quien escribe
independientemente su propio Don Quijote, con las palabras idénticas en el mismo orden, pero termina siendo un libro totalmente diferente.

AL: ¿Siempre presupone un lector gay en la literatura gay?
Deberíamos ser escépticos con las identidades fijas basadas en áreas tan volátiles como sexualidad, el lector gay puede ser poco más que una ficción conveniente. En mi propio trabajo crítico, este lector está inspirado en mí mismo. Mi lector gay tiene gustos eclécticos, con pequeños intereses residuales en las historias de adolescentes desatados. Dicho esto, también tengo en mi mente a un lector joven, como yo hace cuarenta años, que necesita encontrar en los libros la imagen de sus
posibilidades futuras. En mi propia práctica lectora, ahora, a la mitad de los cincuenta, busco literaturas que sean homosexuales hasta el punto de una complejidad estimulante (No quiero ser homosexual siendo apetecible a la burguesía). Aunque no le leo con demasiada frecuencia, Jean Genet es el gran modelo de esta clase de escritor. También Juan Goytisolo, William Burroughs, Pierre Guyotat, Monique Wittig... No es que ellos reconozcan la complejidad de la sexualidad y digan cosas sorprendentes sobre eso, sino que hacen una literatura que es en sí misma radicalmente innovadora.

AL: Un balance final.
GW: Hay peligros en aceptar que los estudios queer/gay han ganado en el mundo académico. Me gustaría hacer un llamamiento contra la aceptación rápida de la teoría Queer. Fue largamente moldeada por las necesidades e intereses de los académicos anglófonos. Incluso si esto tiene su origen en países
europeos como en el caso de Michel Foucault, su distintiva europeidad tiende a ser abiertamente ignorada en Reino Unido y Estados Unidos. El deseo de cierta teoría Queer de llegar a ser una divisa universal debería ser agresivamente combatido. Nuestras propias teologías locales sobre la sexualidad deberían levantarnos contra el entusiasmo evangelizador de algunos conquistadores Queer. Ellos pueden estar trayendo algo peor que la sífilis: la uniformidad intelectual.

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